Sodoma y Gomorra

Para muchos, argumentar la presencia de romances LGBTQI+ en la Biblia puede parecer un esfuerzo tan ocioso como inútil. Y es que aquel libro, tan venerado en Occidente, tiene fama de ser intransigentemente heteronormativo y homofóbico. Por supuesto, todos sabemos de las lecturas que condenan la homosexualidad aludiendo a diversos pasajes bíblicos. Ejemplar al respecto es la historia que narra el Génesis acerca de Sodoma y Gomorra, dos ciudades legendarias y malditas que, según se suele decir, habrían sido condenadas a la destrucción por Yahveh debido a las prácticas homosexuales de sus habitantes.

Pero ¿es eso lo que dice el Génesis sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra? Quienquiera que se detenga a leer atentamente el relato bíblico (Génesis 19) podrá comprobar que en ningún momento Yahveh identifica el mal que se cierne sobre dichas ciudades como una consecuencia directa de las apetencias sexuales de sus pobladores. Antes bien, se habla de los sodomitas como individuos corrompidos hasta la desmesura, que han trasgredido las más elementales normas de cortesía y de respeto al prójimo. Así, el Génesis relata que Lot, el hombre justo que Yahveh identifica en Sodoma, hospeda a unos ángeles enviados con la misión de salvarlo a él y a su familia del fuego y el azufre, que no tardarían en precipitarse sobre la ciudad. Al caer la noche, los hombres de Sodoma se abalanzan sobre la casa de Lot y lo intimidan con la intención de violar alevosamente a sus angelicales huéspedes.

Tenemos, entonces, personas extremadamente violentas y maleducadas que, entre sus infinitas faltas y defectos, se han encaprichado con intimar a la fuerza con unos ángeles que alojan en la casa de Lot. Ciertamente, esto se puede considerar la gota que rebalsa el vaso, pero nada autoriza a afirmar que este deseo sea el pecado en sí, suponiendo que se trate, en efecto, de un deseo o furor homosexual; recordemos, de paso, que en las tradiciones hebrea y cristiana se ha contemplado la posibilidad de que los ángeles sean seres andróginos. En el arte occidental, cuando no se los retrata como querubines regordetes y sonrosados, se los suele representar como seres alados de género difuso.

Caravaggio, San Mateo y el ángel, 1602

En realidad, hoy existe un amplio consenso en cuanto a que lo que el Génesis condena es el trato violento y vejatorio que los sodomitas dispensan a los ángeles, no las relaciones homoeróticas consensuales entre los hombres. Lo que equivale a decir que esta mítica escena debe enmarcarse en el contexto cultural semita, donde, al igual que en otras culturas de la Antigüedad, los huéspedes eran considerados sagrados. De lo anterior es posible concluir que los sodomitas habrían quebrantado el mandato de amparar y proteger al extranjero, de ahí su castigo.

Mucho más tarde, en la Edad Media, comenzaría a identificarse el castigo divino a los sodomitas con el deseo sexual entre personas del mismo sexo. De hecho, antes del siglo XI d. C. no hay rastros del término sodomía empleado en este sentido. Más tarde, el episodio de Sodoma fue empleado como argumento en aquellos tediosos debates teológicos de los sabios bizantinos que dieron lugar a la expresión “discusión bizantina”, la cual se sigue usando hoy día para aludir burlonamente a los debates inútiles y las conversaciones intrascendentes. Estos sabios, se cuenta, habrían intentado responder cuestiones tan “trascendentales” como las siguientes: ¿Los ángeles son hombres o mujeres o qué? O bien: ¿Cuántos ángeles pueden pararse en la punta de un alfiler? Excitante, ¿no es cierto? Los sabios bizantinos vivían en una montaña rusa de emociones. Tanto se obsesionaban debatiendo que, según dicen las malas lenguas, ni cuenta se dieron cuando los turcos los invadieron y acabaron con su civilización en el siglo XV d. C.

Pero, sin lugar a dudas, es en el debate terrenal donde más daño ha causado el uso artero del denominado “pecado de la sodomía”, bajo el argumento de que la furia divina que destruyó Sodoma habría sido motivada por el deseo sexual entre varones. Sin ir más lejos, esta lectura del texto bíblico fue especialmente resaltada durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo recién pasado, en el marco de una campaña global encaminada a demonizar la homosexualidad asociándola con la epidemia del virus del VIH. Así, se hizo pasar dicha enfermedad como castigo divino al nefando pecado. En lugar de una rápida respuesta científica para tratar la enfermedad y de una adecuada política sanitaria para prevenir su contagio, la crisis del sida trajo consigo un recrudecimiento de la homofobia y una vergonzosa deshumanización de los enfermos, los que, desde una moral pública de descarado e irracional sesgo confesional, eran instantáneamente excluidos y clasificados entre los habitantes del lado oscuro de la sociedad. Gais, prostitutas y drogadictos se transformaron así en los habitantes de las nuevas Sodoma y Gomorra, y no hacían más que recibir su merecido.

Con todo, llama la atención que ningún puritano persecutor de sodomitas se manifieste ante las palabras que pronuncia Lot en aquel pasaje del Génesis donde les grita a los agresores que no hagan daño a los ángeles, que antes bien les entregará a sus hijas vírgenes para que hagan cuanto quieran con ellas. ¡Vaya ejemplo de padre! Así también, si se dice que Yahveh descargó su furia contra Sodoma debido a la supuesta disipación sexual de sus habitantes, resulta por lo menos curioso que luego haya permitido que las hijas de Lot emborracharan a su padre para acostarse con él. Pero puede argüirse que no les quedaba otra salida. Era preciso concebir algún varón para asegurar la descendencia del padre, pues la esposa de Lot había quedado convertida en una columna de sal al desatender la advertencia de Yahveh y mirar hacia atrás mientras la familia huía despavorida de la destrucción de la ciudad.

Gustave Coubert, Lot y sus hijas, 1844.

Ya en la Antigüedad, desde la vereda de la razón, numerosos autores comenzaron a plantear explicaciones para la destrucción de Sodoma y Gomorra. Por ejemplo, hacia el siglo II d. C., el geógrafo greco-egipcio Ptolomeo atribuyó la catástrofe a la crecida del mar Muerto (al que denomina Sodomurum Lacus), que se habría desbordado después de un gran terremoto y una erupción volcánica, similar a la que destruyó las ciudades romanas de Pompeya y Herculano. Efectivamente, según se ha comprobado a través de indagaciones geológicas y arqueológicas, las aguas del mar Muerto habrían subido produciendo el hundimiento de las ciudades costeras, destrucción que, asimismo, fue causada por un terremoto acompañado de explosiones volcánicas, desprendimiento de gases y fenómenos ígneos. Pudo ser esta la suerte corrida por Sodoma y Gomorra. Lo cierto es que la desolación de la tierra que rodea el mar Muerto, paisaje inhóspito que apenas permite la vida vegetal y animal, sería la consecuencia de este fenómeno natural. La altísima salinidad de la zona, que el propio Antiguo Testamento señala como consecuencia de la catástrofe, refuerza esta teoría.

Siempre vale la pena mirar el campo histórico que se abre detrás de los mitos. Justamente, situar los textos bíblicos en el marco contextual en que fueron producidos permite desenmascarar las interpretaciones homofóbicas que, de forma arbitraria, suelen atribuírseles. Sabemos que los textos que componen la Biblia fueron elaborados en Medio Oriente, en un periodo que comprende a lo menos dos mil años. Ciertamente, desde que Abraham emigra de la ciudad de Ur en busca de la tierra prometida hasta los días en que entran en escena Jesús y los apóstoles, los textos bíblicos se escriben bajo la vecindad y el influjo de culturas tan diversas como las de los sumerios, los egipcios, los cananeos, los hititas, los filisteos, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. En todas las culturas mencionadas la homosexualidad y la bisexualidad eran opciones tan válidas para los hombres como la heterosexualidad. Naturalmente, la cultura hebrea no pudo mantenerse del todo impermeable a las influencias de las culturas que rodearon su propio desarrollo.

Teniendo esto a la vista, alguien podría preguntarse si pudo ser lícita una relación como la de David y Jonatán bajo el imperio de la ley patriarcal de Moisés que condena la homosexualidad, tal como se lee en libros como el Levítico. Una respuesta negativa llevaría a admitir que los versículos del Levítico que prohíben el sexo entre varones (18:22 y 20:13) ya existían en tiempos de David y Jonatán, y que sus contemporáneos los reconocieron como divinamente inspirados. Sin embargo, David habría vivido en entre el 1040 y el 966 a. C., mientras que los textos del Levítico proceden de la fuente sacerdotal del Pentateuco (es decir, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento), fechada unos quinientos años después de David y Jonatán.

Un último elemento de juicio se presenta a favor de la relación amorosa entre el famoso caudillo israelita y su fiel compañero. Es un hecho comprobado que existió en Medio Oriente cierta forma de homosexualidad masculina, paradójicamente visada y alentada por el patriarcado, cuya práctica fue muy extendida durante toda la Antigüedad y que perfectamente pudo penetrar la cultura hebrea. Se trata del amor entre nobles héroes, la relación erótica y afectiva entre compañeros de armas. De hecho, este modelo de un homoerotismo heroico fue idealizado en la Antigüedad como el tipo de amor más noble y más perfecto. Como diría David, un amor más delicioso que el amor de las mujeres.

Extracto de ¿Macho y hembra los creó? Una historia de la diversidad de género en el mundo antiguo


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