David y Jonatan

El Libro de Samuel cuenta que los israelitas, liderados por el rey Saúl, estaban en guerra contra los filisteos en la tierra de Canaán. Los bandos enemigos acampaban, cada cual, en una montaña; los israelitas en la montaña de este lado, los filisteos en la montaña de aquel otro y, entre ellos, mediaba el valle de Elah. Puntualmente, una vez cada mañana y cada tarde, el gigantesco Goliat, paladín filisteo de quien se dice medía dos metros y medio, se plantaba en el valle luciendo su pesada y brillante armadura, y desafiaba con escarnio al ejército de Saúl demandando que le enviaran a su mejor hombre para enfrentarlo. Amedrentados ante semejante contrincante, los israelitas guardaban silencio.

Durante cuarenta días, Goliat reiteró su desafío sin recibir respuesta. Hasta que un joven pastor llamado David fue enviado por su padre al campamento israelita para que les llevara alimentos a sus tres hermanos que allí se encontraban. Al enterarse de la situación, el recién llegado no dudó un segundo y se ofreció a prestar combate contra el gigante. Para colmo de osadías, rechazó la armadura y las armas que le extendió el rey Saúl y se propuso bajar al valle armado solo con su cayado y la honda que empleaba para ahuyentar a los predadores de sus rebaños. El muchacho seleccionó cinco piedras, las guardó en su bolsa pastoril y se lanzó decididamente a responder el desafío del filisteo.

David y Goliat

Al verle, el gigante soltó improperios y bravuconadas, mofándose de la débil contextura de su joven contendiente. Sin atemorizarse, David corrió hacia él y, hundiendo la mano en su bolsa, cogió una piedra y la disparó con tal velocidad y precisión que el golpe dio en plena frente de Goliat, derribándolo en el acto. Enseguida, David se abalanzó sobre el gigante, desenvainó la espada de este y con ella le rebanó la cabeza.

Todos conocemos la historia de David y Goliat. Desde pequeños, se nos suele presentar para ilustrar alguna moraleja, ya sea que más vale tener cerebro que músculo, que la velocidad y la astucia pueden derrotar a la fuerza bruta, o que no existe un rival débil. Sin embargo, probablemente la anécdota menos divulgada (y no por ello menos ejemplar) del futuro rey David comienza exactamente después de derrotar a Goliat. Tal anécdota no concierne a una épica hazaña en el campo de batalla, sino que se trata de una temprana incursión de David en las lides amorosas.

Tras derrotar a Goliat, el rey Saúl, impresionado con la valentía mostrada por David, lo llama a su lado para que se convierta en su hombre de confianza y, además, le ofrece casarlo con una de sus hijas. No obstante, en lugar de presentarnos estas victoriosas bodas, el texto bíblico sigue por otro camino más original. Nos cuenta a continuación que Jonatán, el hijo del rey, se enamoró a primera vista del joven pastor devenido en héroe: “El alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”.

Se estima que, al momento de conocerse, David tenía dieciocho años, mientras que Jonatán era unos diez años mayor. Además de ser hijo del rey, sabemos que Jonatán era un noble guerrero y reconocido héroe de la batalla de Michmash, que había sido la mayor victoria de los israelitas sobre los filisteos antes de la aparición de David. Ningún texto permite afirmar que Jonatán tuviera esposa, aunque se le atribuye la paternidad de un hijo lisiado. No es mucho más lo que sabemos de él, antes de que conociera a David.

En cuanto a David, sabemos que fue un valeroso guerrero, músico y poeta. De acuerdo con la tradición hebrea, es el segundo rey de Israel, antecedido por Saúl, y se le atribuye la composición de muchos de los salmos que figuran en la Biblia. A su vez, los evangelios cristianos lo presentan como un antepasado de Jesús. Según la descripción que figura en el Libro de Samuel, David era rubio, hermoso de ojos y de buen parecer. Poco antes de su aparición en el campamento de los israelitas, la Biblia cuenta que Samuel, el profeta del rey, había sido enviado por el mismísimo Yahveh a visitar al padre de David, Isaí, que vivía en Belén. Yahveh había rechazado a Saúl como rey de Israel y se disponía a ungir, por intermedio del profeta, a un nuevo líder para su pueblo. Tras pasar revista a todos los hijos de Isaí, se revela que el elegido es el menor de ellos, David, a quien Samuel unge con aceite de oliva. En seguida, el texto bíblico dice que “el espíritu de Yahveh vino fuertemente a él”.

Más adelante, el Libro de Samuel agrega que, tras conocerse, Jonatán y David hicieron un solemne pacto: “Entonces Jonatán hizo un pacto con David, porque lo amaba como a sí mismo. Jonatán se quitó el manto que llevaba puesto y se lo dio a David, y sus armas, incluso su espada, su arco y su cinturón”. A partir de ese momento, esta intensa relación amorosa entre dos varones pasará por diversas pruebas y altibajos, abarcando una buena cantidad de páginas de la Biblia.

David y Jonathan, vitral de St. Mark’s Portobello, Edinburgh, Escocia, 1882. En la inscripción se lee: “El alma de Jonatán quedó ligada al alma de David”

Pero ¿no se suponía que la Biblia era sumamente enfática en castigar la homosexualidad y toda práctica sexual que no fuera meramente reproductiva? Obviamente, una mirada ortodoxa y estrecha dará inmediatamente por concluida la discusión señalando que David y Jonatán fueron entrañables amigos. No más que eso. No obstante, recientes estudios bíblicos han demostrado que es plausible interpretar que ambos hombres sostuvieron una relación homosexual. Esto puede fundamentarse ya sea apelando al propio contenido del texto bíblico como al contexto en que estos textos fueron producidos.

El texto bíblico no excluye para nada la interpretación de una relación afectiva y sexual entre David y Jonatán. Varios elementos expuestos en las escrituras se prestan a confirmar esta lectura. Basta detenerse en los desbordados celos que la creciente popularidad de David despiertan en Saúl, quien insistentemente intenta asesinarlo, en tanto que Jonatán consigue proteger y salvar a su compañero en múltiples ocasiones. La furia irracional del monarca llega a su cúspide cuando descubre que Jonatán prefiere proteger a su amigo antes que velar por los intereses de su padre. Entonces, Saúl escupe toda su rabia contra Jonatán diciéndole: “¡Hijo de perversidad y rebeldía! ¿Crees que no sé que escogiste al hijo de Isaí, para vergüenza tuya y para la vergüenza de la desnudez de tu madre?”.

¿No recuerda, acaso, la excesiva ira de Saúl a las actuales reacciones de padres homofóbicos ante un hijo recién salido del clóset? Así también, con su alusión a la desnudez de la madre de Jonatán, el enfurecido monarca no deja de recordar el prejuicio, tan común en nuestros días, que sostiene que un hombre gay es necesariamente un sujeto afeminado e infantil, que se oculta tras las faldas de su madre. Una madre que, en este caso, y aun cuando no figure en la historia, es sacada a colación y tildada de “perversidad y rebeldía”. Nada raro si se considera que, como todo padre homofóbico acostumbra a pensar, la madre será siempre la culpable de que el vástago resulte afeminado, pues nada puede haber de afeminado en su propia persona para haber producido este “malogrado” resultado.

Los insultos de Saúl, entre los que se incluye la referencia a la “desnudez” de la madre de Jonatán, han merecido la atención de muchos investigadores, como Tom Horner en su clásico libro David amó a Jonatán. Es indudable que las alusiones a la desnudez y, en especial, la expresión “descubrir la desnudez”, son empleadas habitualmente en el Antiguo Testamento en referencia a la relación sexual. Pero, además, se ha advertido que el insulto de Saúl a Jonatán, donde se alude a una situación íntima, probablemente de naturaleza sexual, fue objeto de ediciones con el propósito de eliminar un “contenido sensible”. De ahí que el pasaje resulte tan oscuro y desconcertante. Por otro lado, la reconstrucción filológica de las palabras pronunciadas por Saúl ha permitido brindar una versión más ajustada de la primera parte de su bravata. Así, donde leemos: “¿Crees que no sé que escogiste al hijo de Isaí?”, la traducción más ajustada sería “¿Crees que no sé que estás en íntima compañía con el hijo de Isaí?”.

Si regresamos al relato bíblico, parece claro que la defensa de Jonatán a David no le cayó nada de bien al rey Saúl; despojado del favor de Yahveh, aquel se había convertido en su rival directo. Jonatán estaba, pues, en una encrucijada, tironeado entre la lealtad que le debía a su padre y el juramento que había contraído con David. Se ha dicho, incluso, que este podría ser el primer gran triángulo amoroso de la literatura occidental.

Al final, Jonatán opta por sacrificar sus propios deseos, y acaso también su felicidad, con tal de no fallarle a ninguno de los dos hombres a quienes ama. A lo largo del tiempo, muchos pintores han recreado la escena dramática que vino después, cuando Jonatán concertó en secreto una cita con David, a quien mantenía escondido en el campo, para advertirle que su padre quería matarlo. David debía huir al extranjero. Así nos narra la Biblia la triste despedida de los compañeros: “David salió desde atrás de un montón de piedras, y ya ante Jonatán se inclinó tres veces hasta tocar el suelo con la frente. Luego se besaron y lloraron juntos hasta que David se desahogó”.

Jonatan y David.Ilustración en manuscrito medieval, ca 1300
Gottfried Bernhard Goez, Jonatan saludando a David, después de vencer a Goliath, 1708-1774

Por último, Jonathan le dijo a David: “Vete tranquilo, pues el juramento que hemos hecho los dos ha sido en el nombre del Señor, y hemos pedido que para siempre esté él entre nosotros dos y en las relaciones entre tus descendientes y los míos”. Obligado por las circunstancias a optar entre su padre y su amigo, Jonatán se las arregló para que los dos hombres que más amaba conservaran su vida. Es una manera perfectamente legítima de mirar este episodio. Y es, a mi entender, una lectura necesaria considerando que es probablemente el único pasaje bíblico que plantea de forma positiva la relación homosexual entre dos hombres. Después de todo, es una relación amorosa y comprometida bendecida por Dios, pero imposibilitada por barreras y resquemores de origen humano.

Parece claro que Jonatán amó a David. Pero ¿fue, en verdad, correspondido? Como todo héroe aclamado por una comunidad, la personalidad de David tiene algo de narcisista. Las escrituras hablan, por lo general, del amor que los demás sentían por él, pero no de su amor hacia los demás. Así, se dice varias veces que Jonatán amó a David. Se dice que Saúl amó a David; que Mical, la hija de Saúl, amó a David; que los siervos de Saúl amaron a David; que todo Israel amó a David. Pasaron los años y David se convirtió en rey de Israel, mostrándose como un héroe contradictorio, interesante, errático, plagado de defectos. De adulto, se dice que el objeto de deseo de David fue una muchacha casada llamada Betsabé. Por obtenerla no dudó en enviar a la guerra y ubicar como carne de cañón al esposo de esta, con tal de sacárselo del camino y quedarse con ella.

Sí, las escrituras muestran a David como una personalidad ambivalente y aseguran que fue muy amado. David tuvo otras esposas, pero nunca manifestó una especial devoción hacia ellas. En rigor, solo una vez este héroe israelita admitió amar a alguien más que a sí mismo. Y ese alguien fue Jonatán.

Quince años después de su separación, llegó hasta David la noticia de que su viejo amigo había muerto con su padre en una batalla. David lloró profundamente su muerte y declamó un famoso poema que compuso para expresar su lamento:

Por ti lleno de angustia,

Jonatán, hermano mío,

en extremo querido, más delicioso para mí fue tu amor

que el amor de las mujeres.

Al final de esta otra historia ejemplar, David logra derrotar al gigante de su propio ego, algo que, según parece, le costó más trabajo que derribar a Goliat.

Extracto de ¿Macho y hembra los creó? Una historia de la diversidad de género en el mundo antiguo


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