Safo de Lesbos

Safo y su escuela para señoritas

En 2008 se divulgó la extraña noticia de una campaña impulsada por un grupo de habitantes de Lesbos, la mayor de las islas griegas, situada al este del mar Egeo. Estos isleños reclamaban el uso exclusivo de la palabra lesbiana como gentilicio de su lugar de origen, pretendiendo con ello erradicar su uso “en un contexto sexual.” Para mostrar que iban en serio, el pleito fue llevado ante un juez. En una fotografía de la época, el líder del movimiento enarbolaba una pancarta que decía: “Si no eres de Lesbos, no eres lesbiana.” Sostenía que las mujeres homosexuales del mundo se habían apropiado indebidamente de la palabra, en vista de lo cual las instaba a utilizar otra, pues la confusión de términos resultaba ofensiva para los habitantes de la isla. “Me siento incómodo, y en especial mis parientes femeninas, cuando responden que son lesbianas, o que tenemos costumbres lesbianas,” comentaba el lesbiano.

Felizmente, la iniciativa no prosperó. Antes que un agravio, algunas autoridades destacaron que el uso extendido del vocablo, no solo en su sentido gentilicio —oriundo de Lesbos—, sino que también para designar a las mujeres homosexuales, suponía una ventaja para la localidad y era el rasgo distintivo que sostenía el turismo isleño. Desde luego, muchas personas alegaron que la iniciativa era indudablemente el fruto de la contumaz homofobia de los lesbianos demandantes. ¿Por qué considerar un insulto la confusión de términos si no es porque se piensa que su otro uso, aquel que no designa a los isleños, se refiere a personas y prácticas denigrantes? El mundo está plagado de gentilicios susceptibles de prestarse para confusiones, malentendidos y bromas. Pero, que yo sepa, ningún varón oriundo de Mocoa (Colombia) ha estimado necesario iniciar un pleito legal debido a ello, tal como los habitantes de Siam (Tailandia) no se ofenden porque les llamen “siameses.” Solo este grupo de lesbianos consideró que la “apropiación indebida” del término para referirse a las relaciones eróticas entre mujeres los “deshonraba en todo el mundo.”

Los promotores de aquel absurdo litigio que enfrentó a lesbianos contra lesbianas afirmaban defender la propia identidad territorial de Lesbos. Pero está claro que demostraban una ignorancia vergonzosa sobre la propia historia del lugar que tan orgullosamente decían habitar. Obviamente, existe una relación entre la isla y la homosexualidad femenina. Y es algo para sentirse de veras orgullosos. Aquel lugar puede presumir del alto honor de haber sido la cuna de Safo, una de las mujeres más importantes de la historia, la célebre poetisa griega que le cantó al amor de las muchachas.

Safo vivió en Lesbos hace unos 2.600 años. Desde entonces, la imagen que popularmente se transmite de su persona tiende a oscilar entre extremos. Por un lado, se la pinta como la depravada dueña de un elegante burdel y, por otro, como la directora mojigata de un pensionado de señoritas; como una mujer casada y madre abnegada, o como una mujer exuberante y libertina, entregada al sexo con otras mujeres.

Está claro que los intelectuales de la Antigüedad grecolatina se rindieron ante el genio poético de Safo; no en balde Platón la llamaba la “décima musa” y Aristóteles reconoce que se la honraba “pese a ser mujer,” lo que es decir bastante viniendo de alguien que consideraba que la mujer era un hombre incompleto. Sin embargo, sabemos también que desde temprano se ha intentado acomodar la imagen pública de Safo, con el propósito de hacerla comprensible para los parámetros de un mundo patriarcal.

Nada de raro, entonces, que puesto que Safo era tan grandiosa como los poetas varones, algunos autores trataran de masculinizarla. Por ejemplo, el poeta romano Horacio la llamó “Safo viril” (mascula Sappho). O bien, deseando que no fuese inmune al amor heterosexual, se inventó la imagen de una Safo pequeña y fea, herida de muerte por el desprecio de los hombres, con la moraleja de que la poetisa hubiese preferido ser amada por hombres y no por mujeres si hubiese sido lo suficientemente atractiva. Una leyenda muy divulgada sobre Safo cuenta que, tras ser despreciada por el bello marinero Faón, de quien estuviera enamorada, se arrojó al mar desde la cima de un acantilado. Más tarde, el siglo XIX redescubrió la imagen de Safo como la primera poeta maldita y suicida.

Charles Mengin, Sappho, 1877.

Pero nada de eso ocurrió realmente.

Hoy sabemos, en cambio, que Safo vivió hasta la vejez, se casó una vez y muy probablemente tuvo una hija. Asimismo, se ha podido reconstruir el contexto que le tocó vivir. Hacia el siglo VI a. C., Lesbos era una sociedad elegante, vital y sensual, donde las mujeres pudieron gozar de una inusual independencia, acaso la mejor demostración de que, antes de que se impusieran las reglas de la polis, la cultura griega no excluyó completamente a las mujeres de la vida espiritual e intelectual. Prueba de ello es que Safo efectivamente dirigió una prestigiosa escuela (una thiasos o círculo de mujeres) y llegó a convertirse en una reputada maestra. La escuela de Safo se llamaba La Casa de Servidoras de las Musas (es decir, de las diosas inspiradoras de las artes). Era una escuela de carácter internacional, pues recibía jovencitas griegas de familias aristócratas que llegaban a Lesbos procedentes de diversas ciudades helenas.

Estos colegios de muchachas de buena familia, o “niñas bien”, eran comunes en otras localidades griegas, como Esparta. Las adolescentes que ingresaban a estas escuelas vivían en un régimen de internado. Se suele decir que en estas instituciones se preparaba a las jovencitas para su futura vida matrimonial. Pero se sabe que también aprendían música, canto, danza y poesía. Una vez concluida la temporada de aprendizaje, unas se marchaban para asumir su rol como esposa y madre. No obstante, otras se quedaban para especializarse en las tareas religiosas y como maestras de futuras aprendices. De hecho, hay comentaristas que sostienen que estos círculos de mujeres, como aquel donde enseñaba Safo, funcionaban, al mismo tiempo, como escuela y “convento” religioso.

Guardando las debidas proporciones, las escuelas de señoritas de la época de Safo podrían compararse con aquellos exclusivos colegios de monjas, que aún pueden verse en la actualidad, pertenecientes a diversas congregaciones de religiosas de nombres llamativos y rimbombantes, y que bien pueden prestarse para suspicacias, como Esclavas Descalzas de Nuestra Señora o Adoratrices Perpetuas del Santísimo… Así también, cada escuela-internado femenino de Grecia tenía sus ceremonias propias y estaba consagrada a una diosa. En cuanto a la Casa de Servidoras de las Musas, las muchachas y la propia Safo se consagraban por entero a la gran diosa del Cercano Oriente, a quien los griegos llamaron Afrodita y a quien le atribuían todo lo que tiene que ver con Eros, vale decir, el amor y el sexo.

Como buena devota de la diosa Afrodita, Safo no solo fue una maestra del intelecto, sino también de la seducción. En estas materias, las muchachas no solo aprendían el arte del adorno personal. Aprendían además a desear y ser deseables, y no tan solo para sus futuros maridos.

Parte del misterio en torno a Safo se relaciona con el hecho de que, en la mayoría de los casos, de sus poemas se han conservado solo fragmentos, lo que, por lo demás, dice bastante del “sesudo” juicio selectivo y la censura de los sabios hombres, intelectuales y copistas, que desde la Antigüedad monopolizaron la transmisión escrita de la tradición occidental. Sin embargo, uno de sus poemas más famosos ha llegado íntegramente hasta nosotros. Se trata, justamente, de una hermosa plegaria a Afrodita. En ella, Safo en persona, es decir, usando su propio nombre, le reza a la diosa para que persuada a una mujer a quien la poetisa ama y que, aparentemente, la ha rechazado, de volver a su lado. Tras oír el lamento de Safo, la diosa le sonríe y le pregunta sobre su sufrimiento y sus deseos:

¿A quién he de persuadir esta vez para que se aferre a tu cariño?

¿Quién es, Safo, en quién te equivocas?

Porque si te rehúye, pronto te perseguirá,

Y si no acepta regalos, los dará,

Y si no te ama, pronto te amará, aunque ella no quiera”.

“Aunque ella no quiera.” Durante siglos, muchos traductores mojigatos procuraron esquivar ese ella y se deshicieron en malabares y retruécanos filológicos para ocultar el género femenino de la destinataria del amor de Safo. ¡Cómo incomodaba aquel pronombre! No cabe dudas de que muchos hubiesen preferido que sus poemas mostraran a Safo como la líder de un culto de casta adoración a Afrodita por parte de muchachitas que se preparaban exclusivamente para ser denodadas madres y esposas. Pero estaba claro que, junto con las demás asignaturas impartidas por la Casa de Servidoras de las Musas, estas “niñas bien” aprendían también el amor entre mujeres.

Safo y Atis

La existencia de prácticas eróticas en el círculo de Safo no contradice el estatus de casada y madre de la poeta. Ya sabemos que en Grecia las prácticas homoeróticas se admitían dentro de la relación educativa de los hombres y que además los “maestros” solían estar casados. Pero además, estas prácticas se habrían dado también en el contexto de la educación de las mujeres nobles, como lo atestiguan las huellas halladas en Esparta y en Lesbos. No obstante, se advierten algunas diferencias. Mientras las relaciones entre hombres y adolescentes tenían como propósito la formación del ciudadano, las relaciones entre maestras y discípulas no tenían mayor trascendencia social. Como no eran igualmente relevantes, ocurría que mientras los griegos incentivaban que los hombres se mostrasen en público con sus jóvenes amantes, las relaciones entre mujeres y jovencitas se mantenían como amores secretos e íntimos. Es probable que ni los propios griegos supieran verdaderamente lo que acontecía en estos círculos de mujeres.

Hoy sabemos que en Grecia las relaciones afectivas y sexuales entre maestras y discípulas existían y acababan cuando las jóvenes contraían matrimonio. Sin embargo, los fragmentos que se conservan de los poemas de Safo sugieren que su paso por la escuela era para las jóvenes mucho más que una preparación para la adultez y el matrimonio. Apartadas del mundo de los hombres y de los ecos de las armas, Safo y sus discípulas vivían en un mundo enteramente femenino. Sin duda, para estas muchachas aquellos años previos a casarse era el tiempo en que de verdad les era dado vivir la vida.

Fresco de de una muchacha en Pompeya tradicionalmente considerado un retrato de Safo, siglo I d.C.

En su escuela, Safo ejercía el rol de maestra e iniciadora y tenía a su cargo la educación de discípulas adolescentes, mayormente quinceañeras. Por los fragmentos que se conservan de sus poemas, parece claro que Safo llegó a tener una estrecha relación con muchas de sus aprendices. De hecho, las destinatarias de sus poemas amorosos eran las jóvenes que habitaban la escuela, ya fueran sus amigas, compañeras o alumnas. De ellas nos quedan apenas unos pocos detalles y algunos de sus nombres. Por ejemplo, sabemos de una muchacha llamada Atis, a quien le dedicó más de algún poema. Entre los fragmentos que, como entrecortados susurros, nos han quedado de la obra de Safo es posible vislumbrar indicios de cómo era su relación:

llegaste y yo te esperaba:

refrescaste mi corazón, que ardía de deseo…

… y yo te amaba, Atis, alguna vez hace tiempo

me pareciste una niña pequeña y sin gracia.

El tono intenso y pasional de sus versos desaconseja todo intento de interpretar en ellos un sentimiento de amor maternal, como se ha hecho en ocasiones. Por el contrario, en este círculo cambiante de compañeras cuyo centro era Safo, la maestra expresa su inclinación amorosa una y otra vez por algunas de ellas. Justamente, un tema recurrente es el lamento por la partida de alguna alumna amada, la pena de la propia Safo y de otras condiscípulas y maestras ante el final de esta etapa de la vida y el cambio que supondría su inminente matrimonio. Están, por ejemplo, aquellos dolidos versos donde la maestra despide a Atis:

Atis no ha regresado

De veras, estar muerta querría.

Ella me dejaba y entre muchos sollozos

así me decía:

“¡Ay, qué penas terribles pasamos,

ay, Safo, que a mi pesar te abandono!”

Pero, como se desprende de los versos siguientes, Safo consuela a su joven amante resaltando el valor y la trascendencia de lo vivido juntas durante aquel tiempo. Estos poemas sugieren que la mujer que egresaba de la Casa de Servidoras de las Musas había logrado forjarse un nombre y una imagen digna de recordar. Su maestra y sus compañeras no la olvidarían. Y, lo más importante, ella podía tener la certeza de que, sin importar lo que le deparase el mañana, no habría pasado desapercibida y anónima por el mundo.

Valga indicar que en prácticamente ningún extracto conservado de la poesía de Safo se hace referencia al acto sexual entre mujeres, salvo quizás por una pocas líneas fragmentarias del poema recién citado que podrían interpretarse en esa dirección. Tras la descripción del inmenso dolor que siente al separarse de Atis, Safo recuerda algunos momentos especiales y hermosos que compartieron juntas, incluyendo (y estas son todas las palabras que se conservan de la estrofa): “… y sobre una suave cama… tierna… satisfacías tu deseo.”

Pese a las escasas referencias explícitas, varios fragmentos de Safo han sido interpretados como alusiones al encuentro sexual entre mujeres. Así, por ejemplo, cuando la poetisa escribe:

Como la dulce manzana

que enrojece en lo alto de la rama.

Alto en la más alta punta

y la olvidan los cosechadores.

Ah, pero no es que la olviden, sino que alcanzarla no pueden.

¿No podría acaso estar hablando del clítoris y de la ignorancia proverbial que muestran los hombres hacia sus posibilidades eróticas y placenteras?

Pese a los intentos de hacer desaparecer sus obras o interpretarlas desde un enfoque puritano, Safo ha llegado hasta nosotros como la más emblemática lesbiana de la Antigüedad. No tan solo una ilustre hija de Lesbos, sino también un modelo de la posibilidad del amor y el deseo entre mujeres de todo tiempo. Sin embargo, es verdad que entre los griegos la palabra lesbiana, aparte de su uso gentilicio, no hacía referencia a una mujer homosexual. En realidad, en los siglos que siguieron a la vida de Safo, los hombres comenzaron a divulgar la fama de promiscuas de las mujeres de Lesbos. En especial, encontramos que lesbiana suele hacer referencia a la felatriz; de ahí que en la Antigüedad “hacer el lesbio” remitiera al sexo oral, práctica que comúnmente se asociaba a las mujeres de la isla.

Mucho más tarde, hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, los diccionarios médicos comenzaron a registrar la palabra lesbiana para describir (y patologizar) específicamente a la mujer que buscaba el placer sexual, el sexo genital, con otra mujer. Por supuesto, instantáneamente la condena caería sobre estas relaciones. Y no deja de ser revelador que el nuevo dedo acusador apareciera justamente en una época en que mujeres de diversos puntos del orbe comenzaban a acceder a la educación y al empleo y, en definitiva, a ser independientes, como las mujeres que conformaban los matrimonios bostonianos.

“Hasta 1911 el adjetivo lesbiana apareció en los diccionarios internacionales solo como término geográfico y gentilicio de los habitantes de Lesbos” fue, justamente, uno de los argumentos esgrimidos por aquel lesbiano que en 2008 entabló un juicio reclamando una supuesta apropiación indebida de la palabra lesbiana por parte de las mujeres homosexuales del mundo. Al ser consultado en el tribunal respecto de Safo, Atis y las demás muchachas oriundas de la antigua Lesbos, el demandante respondió que, por lo que tenía entendido, con sus alumnas Safo mantenía “solo amores platónicos o espirituales.” Añadió que, por lo que él sabía, aquella poetisa tenía familia y se suicidó por amor a un hombre lanzándose al mar desde un acantilado.

El veredicto del caso fue que ninguna lesbiana ofende a las mujeres de Lesbos. No se puede decir lo mismo de un lesbiano tan ignorante.

Extracto de ¿Macho y hembra los creó? Una historia de la diversidad de género en el mundo antiguo


Deja un comentario

Web construida con WordPress.com.